Apostado tras la esquina, aquella tarde había elegido mis mejores galas: chaqueta oscura, pantalón gris, recién salido de la peluquería... Estaba dispuesto a vender cara mi reputación. Cualquiera que hubiese pasado por allí me hubiese confundido con un señor que se dirigía a una ceremonia oficial, boda, bautizo o similar. Sólo la presencia de una elegante cartera de piel de diseño exclusivo rompía aquella estampa de invitado. Pero no, no era tal la misión en aquellos momentos vitales de mi futuro laboral. Ocultos bajo la chaqueta llevaba unos pequeños prismáticos con el fin de poder identificar a los paseantes a la mayor distancia posible. En la cartera, dispuestos para una eventual y rápida situación de emergencia, asomaban unos impresos multicopiables y un par de folletos a todo color. En el fondo, unas chucherías de diversos colores y sabores con el fin de poder vencer las posibles resistencias de los jóvenes inocentes que cayesen bajo mi zona de control. Una preciosa chiquilla de unos doce años se aproximaba, inocente, a mis dominios. Miré a uno y otro lado, la zona estaba totalmente despejada. Sin lugar a dudas podría actuar impunemente en mi intención de capturar a aquella tierna criatura. Pero no, otra vez, no. Una mano se posó en mi hombro. Al volverme, sólo pude distinguir la sonrisa irónica de mi más temido enemigo: el Director de un colegio vecino. El odio estuvo a punto de cegarme. No tenía ojos más que para aquella sonrisa. Las ganas de destrozar esa bocaza eran superiores a mi voluntad. -Es pieza no te corresponde- fue su frase, lacónica y precisa. Se alejó calle abajo y me vi condenado a ver cómo la niña pasaba ante mí con total impunidad.
Después de tres o cuatro tentativas, conseguí entablar conversación con dos niños y una pequeña. A esas alturas de mi excitación, ya no me fijaba ni en el sexo de la posible víctima ni en sus posibilidades económicas y, con visos de éxito, hasta les endosé algunos de aquellos panfletos tras conseguir reunir sus datos personales arrancándoles su firma y la promesa de venir a mis lugares de dominio... Cinco fueron las víctimas que conseguí capturar tras una ardua tarde de vigilancia y acoso. Al llegar a mi despacho, la Jefa de Estudios se limitó lacónicamente a decirme: -Lo siento por ti, Manolo. Ha venido la policía preguntando por ti... ni con su ayuda conseguimos alumnos en el barrio. Ya no quedan niños. Nuestro colegio se cierra.
MANUEL CUBERO URBANO (España)
* De la ANTOLOGÍA EÑE, 2002
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Buen cuento Manolo. Lleno de tensión que te lleva a suponer causas perversas en el "cazador"...luego gran desenlace no esperado...Lleno de subtemas para debatir...Me encantó...Besitos...Any
ResponderEliminarPD: a ver si me dejas ver una foto tuya, amigo...