Capítulo IV: Travesuras
Luego de dos meses nacieron dos gatitas de angora blancas como su mamá, llamadas Pelusa y Mota y un gatito llamado Leoni, de pelaje atigrado y muy suave como su papá. Los tres hermanitos se convirtieron en los mimados de los demás animales de la casa: Joel, un perro simpático, lanudo de orejas caídas, Cocota, la gallina ponedora del gallinero con sus pollitos y Tictac, el gallo despertador.
A ellos se sumaron los amigos de la barra de siempre, formando un buen grupo.
Pronto comenzó el invierno y todo volvió a la normalidad. Ya no se reunían en la escuelita de verano y la atención se centró en los tres pequeños que había que cuidar. De los hermanitos, Pelusa era la más traviesa y siempre salía sin permiso a explorar territorios cercanos, a pesar de que su mamá se lo había prohibido.
- Tengan mucho cuidado mis pompones, no se alejen de la casa que afuera hay peligro. Sobre todo tú, Pelusa, pórtate bien y no te vayas más allá de la línea de naranjos ¿Me han entendido?
- Siiiiiii, Mami, descuida, no nos alejaremos – contestaron los tres hermanitos en coro.
Pero Pelusa no pudo con su genio y una tarde en que estaba jugando vio a los pollitos de Cocota que comían miguitas cerca del gallinero. Se acercó y les comenzó a hablar.
- Hola pequeñitos ¿Cómo se llaman?
- Pi, Pi, Pi – dijeron los chiquitines.
- ¿Todos se llaman igual? – dijo Pelusa
- Piiiiiiiiiii – comenzó a llorar uno.
- ¡Ah, ya entiendo, es que todavía no saben hablar – dedujo la gatita – Bueno, adiós, me voy a explorar que quiero ver qué hay mucho más allá.
Y Pelusa siguió caminando por el sendero que bajaba hacia la salida de la casa. Caminó y caminó hasta que llegó a la acequia. Pasó por el puente y vio a unos ratoncitos que tenían su madriguera justo debajo del mismo. Se acercó y le preguntó a uno de ellos:
- ¿Falta mucho para llegar al arroyo?
- No… ¿Es que acaso no oyes el ruido del agua?
- Sí, claro, siempre oigo ese ruido desde mi casa y lo único que deseo es ver el agua.
- Sigue hacia el norte y verás un hermoso riacho bordeado de rocas – le indicó el ratoncito señalando hacia el arroyo. Pelusa continuó su viaje muy entuciasmada.
Mientras tanto, en la casa, cuando pasaron un par de horas, Nieve pudo advertir que faltaba una de sus hijitas. Comenzó a maullar muy asustada, con la esperanza de que la escuchara. Pero nada. Pronto se le unieron Blanca, Jerónimo y los demás.
- ¿Qué pasa, qué sucede? – preguntó su esposo, el gato.
- ¡Pelusita ha desaparecido! Por favor ayúdenme a encontrarla – dijo la gata desesperada.
- No te preocupes, Nieve – afirmó el gato muy decidido – Yo organizaré una búsqueda con mis amigos los demás gatos de la zona. Ya verás que la encontraremos.
Pero la gatita traviesa estaba merodeando por el arroyo, en una zona de piedras que había cerca de la cascada. Saltaba, olía florcitas y miraba caer el sol atrás del horizonte. Y de tanto estar distraída con bellos objetos desconocidos, pisó mal en uno de sus saltos y cayó en un pozo entre las piedras.
- ¡Uy, mi cabecita! – gritó Pelusa - ¡Auxilio que caí en un hueco!... ¿y ahora cómo salgo de aquí? - Pero nadie la oyó. El ruido del arroyo hizo imposible que su tenue aullido se hiciera sentir a los oídos de su papá y los demás.
Oscureció en el campo y Pelusa en el pozo. Comenzaba a sentir miedo, frío y hambre…Aunque tenía ganas de llorar no lo hizo, se quedó quietita pensando: “Se que mi papi pronto me encontrará” …Y se quedó dormida.
(Continuará)
Encantador, Any.
ResponderEliminarManolo
Gracias Manolo, te mando besos desde Baires...Any
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