Yo que crecí dentro de un árbol
tendría mucho que decir,
pero aprendí tanto silencio
que tengo mucho que callar.
Pablo Neruda**
Por el camino terroso e incrustado de piedras viejas como el tiempo que tenía ese pueblo, viene caminando Marcelina Vargas, la maestra. Lleva colgada del brazo una valija pesada de tantos libros y papeles y su guardapolvo blanco muy bien doblado. Todas las tardes recorre el mismo sendero, rumbo a la escuela. Todas las tardes su rutina le marcaba el paso del hastío cotidiano. Pero hoy viene con una sonrisa en el rostro y un andar que muestra un dejo de abandono no muy usual en ella. Hoy ha sucedido algo.
Mientras camina recuerda lo que pasara unas horas antes y no puede dejar de pensar en eso. Tiene un vacío en la boca del estómago y de pronto se siente desnuda, expuesta. No le importa. Piensa que todos la miran pero no le interesa porque se siente libre, feliz. Sí, por primera vez en su vida se siente plena.
Estaba en su casa regando las flores del jardín del frente, en mangas de camisa y pantalones vaqueros, cuando vio que alguien la miraba. Un joven moreno y alto de facciones angulosas y cabello muy largo, la observaba sin decirle nada. Había dejado su mochila depositada junto a la verja y se encontraba parado frente a ella. No había podido evitar el invitarlo a pasar, por eso de los buenos modales que le enseñara su madre. Tampoco había podido evitar el servirle un té con un trozo de torta que ella misma había elaborado.
- ¿Qué hacés en el pueblo?...¿Estás de paso?...¿Sos un mochilero? – El no contestaba, solo le miraba los senos.
- Nueve, son nueve los botones de tu blusa – Le dijo él con acento extranjero a la vez que tocaba con sus manos cada botón y los desabrochaba.
- Sí – Dijo ella en un susurro mientras caminaban juntos como hipnotizados, hacia la habitación contigua, donde se fundieron en un abrazo de fuego y ternura que los unió por unos instantes en uno solo. Hasta que el sol bajó detrás de la higuera del patio y el reloj sonó anunciando que ya era la hora de ir a dar clases.
- Andate antes que te encuentre mi madre – Dijo Marcelina hablando bajo.
- No se tu nombre - Dijo él.
- ¿El mío?...Señorita…Maestra…¿Qué importa?...¡Andate pronto, que alguien viene!
- Me voy, pero volveré…¡Tengo que saber cómo nombrarte!
Entra sonriendo a la escuela. Es una tarde hermosa. Los pizarrones verdes están salpicados de colores azules, rojos y amarillos. Marcelina siente que entonan con su alegría. Los niños se le acercan y le dan besos. Los jazmines que enmarcan las columnas y el techo de la galería, se abren a su paso y le regalan todo su perfume. La campana suena como si fuera el canto de algún ángel que le está dando la bienvenida y la brisa otoñal acaricia sus mejillas y sus brazos que hoy más que nunca, huelen a madreselvas. Hoy es otra mujer, hoy su vida se tiñe de estrellas.
ANY CARMONA
*Del libro Neruda y yo
** Del poema Silencio de Pablo Neruda
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