El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor. Esa visita fue muy corta, pero hundió al principito en una gran melancolía:
- Qué haces ahí ? – le dijo al bebedor, que encontró instalado en silencio ante una colección de botellas vacías y una colección de botellas llenas.
- Bebo – respondió el bebedor, con aire lúgubre.
- Por qué bebes ? – le preguntó el principito.
- Para olvidar – respondió el bebedor.
- Para olvidar qué ? – inquirió el principito, que ya lo compadecía.
- Para olvidar que tengo vergüenza – confesó el bebedor bajando la cabeza.
- Vergüenza de qué ? – se informó el principito, que deseaba socorrerlo.
- Vergüenza de beber ! – concluyó el bebedor que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el principito se fue, perplejo.
Los adultos son decididamente muy pero muy extraños, se decía a sí mismo durante el viaje.
Capítulo XIII:
El cuarto planeta era el del hombre de negocios. Estaba tan ocupado que ni siquiera levantó la cabeza cuando llegó el principito.
- Buen día – le dijo éste. – Su cigarrillo está apagado.
- Tres y dos son cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. Buenos días. Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de volver a encenderlo. Veintiséis y cinco treinta y uno. Uf! Eso da entonces quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.
- Quinientos millones de qué ?
- Eh? Todavía estás ahí ? Quinientos un millones de... ya no sé... Tengo tanto trabajo ! Yo soy un hombre serio, no me entretengo con tonterías ! Dos y cinco siete...
- Quinientos un millones de qué – repitió el principito, que nunca jamás había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.
El hombre levantó la cabeza:
- Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, no fui perturbado más que tres veces. La primera vez fue, hace veintidós años, por un abejorro que había caído de Dios sabe dónde. Producía un ruido espantoso, y cometí cuatro errores en una suma. La segunda vez fue, hace once años, por una crisis de reumatismo. Me falta ejercicio. No tengo tiempo de pasear. Soy una persona seria. La tercera vez... es esta ! Decía entonces quinientos un millones...
- Millones de qué ?
El hombre de negocios comprendió que no había ninguna esperanza de paz:
- Millones de esas pequeñas cosas que se ven a veces en el cielo.
- Moscas ?
- Pero no, de esas pequeñas cosas que brillan.
- Abejas ?
- Pero no. De esas pequeñas cosas doradas que hacen soñar a los holgazanes. Pero yo soy una persona seria ! No tengo tiempo para ensoñaciones.
- Ah! estrellas ?
- Sí, eso. Estrellas.
- Y qué haces con quinientos millones de estrellas ?
- Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio, soy preciso.
- Y qué haces con esas estrellas ?
- Qué hago con ellas ?
- Sí.
- Nada. Las poseo.
- Posees las estrellas ?
- Sí.
- Pero yo ya he visto un rey que...
- Los reyes no poseen, "reinan" sobre. Es muy diferente.
- Y para qué te sirve poseer las estrellas ?
- Me sirve para ser rico.
- Y para qué te sirve ser rico ?
- Para comprar más estrellas, si alguien encuentra.
Éste, se dijo el principito, razona un poco como mi borracho.
Sin embargo, siguió preguntando:
- Cómo se puede poseer las estrellas ?
- De quién son ? - replicó, gruñón, el hombre de negocios.
- Qué sé yo. De nadie.
- Entonces son mías, porque se me ocurrió primero.
- Es suficiente ?
- Desde luego. Cuando encuentras un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es tuya. Y yo poseo las estrellas, puesto que nunca nadie antes que yo pensó en poseerlas.
- Eso es verdad – dijo el principito. – Y qué haces con ellas ?
- Las administro. Las cuento y las recuento – dijo el hombre. – Es difícil. Pero yo soy una persona seria !
El principito no estaba aún satisfecho.
- Yo, si poseo un pañuelo, puedo ponérmelo alrededor del cuello y llevarlo. Yo, si poseo una flor, puedo recogerla y llevarla. Pero tú no puedes recoger las estrellas !
- No, pero puedo invertirlas en el banco.
- Qué significa eso ?
- Significa que anoto en un papelito la cantidad que tengo de estrellas. Y luego guardo ese papel en un cajón con llave.
- Y eso es todo ?
- Con eso basta !
Es divertido, pensó el principito. Es bastante poético. Pero no es muy serio.
El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes a las de los adultos.
- Yo – agregó – poseo una flor que riego todos los días. Poseo tres volcanes que deshollino todas las semanas. Porque deshollino también el que está apagado. Nunca se sabe. Es útil para mis volcanes, y es útil para mi flor, que yo los posea. Pero tú no eres útil para las estrellas.
El hombre de negocios abrió la boca pero no encontró nada para responder, y el principito se fue.
Los adultos son decididamente muy extraordinarios, se decía simplemente a sí mismo durante el viaje.
Capítulo XIV:
El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Había en él justo el lugar necesario para alojar un farol y un farolero. El principito no lograba explicarse para qué podían servir, en algún lugar del cielo, en un planeta sin casa ni población, un farol y un farolero. Sin embargo se dijo a sí mismo:
"Posiblemente este hombre es absurdo. Sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su trabajo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda."
Cuando abordó el planeta saludó respetuosamente al farolero:
- Buenos días. Por qué apagaste recién tu farol ?
- Es la consigna – respondió el farolero – Buenos días.
- Qué es la consigna ?
- Apagar mi farol. Buenas noches.
Y volvió a prenderlo.
- Pero por qué volviste a prenderlo ?
- Es la consigna – respondió el farolero.
- No comprendo – dijo el principito.
- No hay nada que comprender – dijo el farolero. – La consigna es la consigna. Buenos días.
Y apagó su farol.
A continuación se secó la frente con un pañuelo a cuadros rojos.
- Tengo un oficio terrible. Antes sí era razonable. Apagaba a la mañana y encendía a la noche. Tenía el resto del día para reposarme, y el resto de la noche para dormir...
- Y desde esa época, la consigna cambió ?
- La consigna no cambió – dijo el farolero. – Ésa es la desgracia ! El planeta fue girando de año en año cada vez más rápido, y la consigna no cambió !
- Y entonces ? – dijo el principito.
- Entonces, ahora que da una vuelta por minuto no tengo ni un segundo de reposo. Prendo y apago una vez por minuto !
- Tiene gracia ! Los días acá duran un minuto !
- No tiene ninguna gracia – dijo el farolero. – Hace ya un mes que estamos conversando.
-Un mes ?
- Sí. Treinta minutos. Treinta días ! Buenas noches.
- Y volvió a encender su farol.
El principito lo miró y se sintió cautivado por ese farolero que era tan fiel a la consigna. Recordó las puestas de sol que él mismo iba antes a buscar, corriendo su silla. Quiso ayudar a su amigo:
- Sabes... conozco una manera de descansar cuando tú quieras...
- Siempre quiero – dijo el farolero.
Porque se puede ser fiel y perezoso al mismo tiempo.
El principito prosiguió:
- Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes más que caminar bien lentamente para permanecer siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el día durará tanto como lo desees.
- Eso no es un gran avance – dijo el farolero. - Lo que me gusta en la vida es dormir.
- Es una lástima – dijo el principito.
- Es una lástima – dijo el farolero. Buenos días.
Y apagó su farol.
"Ése – se dijo el principito mientras proseguía su viaje – ése sería despreciado por todos los otros: por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Sin embargo, es el único que no me parece ridículo. Es, quizá, porque se ocupa de algo más que de sí mismo."
Suspiró con tristeza y se dijo además:
"Ése es el único que podría haber sido mi amigo. Pero su planeta es, a decir verdad, demasiado pequeño. No hay en él lugar para dos..."
Lo que el principito no se atrevía a confesarse, es que extrañaba ese planeta bendito debido, principalmente, a las mil cuatrocientos cuarenta puestas de sol por cada veinticuatro horas !
(Continuará)