Satanasa era la más tremenda. Hiperactiva, le gustaba saltar permanentemente de la mesa al suelo y del suelo sobre los demás muebles. Era incansable. Siendo ya una gata adulta, sin embargo no tenía un gran tamaño sino que era más bien mediana, negra y blanca pero con mayor predominio del color negro que abarcaba toda su cara, cabeza y lomo. Sobre su hocico sobresalían los ojos amarillos en los que centelleaban dos bolitas encendidas de luz brillante. Su madre, Margarita era mucho más grande y el negro y blanco estaban mejor balanceados, a modo de manchas color azabache en un gran pompón blanco. Mucho más tranquila, cuidaba a sus gatitos de la segunda tanda tanto como a su hija mayor a la que siempre vigilaba para que no hiciera tropelías. Sobre todo porque el bebé siempre estaba sentado en distintos lugares de la casa donde lo ponía su madre con varios juguetes colgantes para que se entretuviera. Pero a Nico solo le gustaba jugar con Margarita, ver saltar a Satanasa y sentir como los gatitos jugaban con sus piececitos envueltos en medias de lana que ellos se encargaban de sacar y arañar. ¡Qué simpático conjunto hacían, en medio de la sala, la peluda familia gatuna con esa criatura rosada y suave junto a los leños encendidos durante esas frías tardes de invierno patagónico!
María se encontraba muy triste ese día. Estaba cansada de esperar que su esposo regresara de uno de los tantos viajes. Realizaba con su camión, transporte de mercaderías desde el centro del Valle del Río Negro, hasta esas latitudes del sur de la provincia, por la Ruta Nº 40.
– Siempre se retrasa, él no piensa que estoy sola con el niño y que siempre hace falta algo. Cortar leña, ir al pueblo por provisiones o simplemente estar un poco con su hijo - Pensaba la joven señora mientras miraba sobre la heladera a ver si tenía suficiente medicina para pasar la noche – No me quedan más píldoras, es mejor que llame a la farmacia – Siguió cavilando mientras deseaba que ya la gripe diera lugar a una mejoría.
Pero no tuvo tiempo, pronto todo comenzó a girar a su alrededor. Un sinnúmero de puntitos negros bailaban sobre sus ojos y miles de nubecitas empañaron su mirada. Se paró para llegar al teléfono pero no pudo evitar la caída. Enseguida pensó en su hijo, tan pequeño y tan vulnerable, que quedaría solo y abandonado a su destino sin que ella pudiera hacer nada. El desmayo sobrevino en menos de un minuto y María atinó a gritar: - ¡Margarita, me siento mal…! -
Cuando el joven camionero llegó, muy entrada la tarde y abrió la puerta de su morada, pensó - ¡Qué frío hace! ¿Qué pasó con la leña? – Encendió las luces y vio la más inverosímil escena que pudiera pensarse: Su esposa yacía tendida en el suelo y se estaba incorporando lentamente. Su hijo Nicolás estaba en su corralito acostado entre almohadones, los cuatro gatitos rodeaban su cabecita y le oficiaban de almohada y abrigo a sus orejas. Margarita, la gata madre, se encontraba tirada sobre su vientre cubriéndolo hasta las piernas y Satanasa estaba apoyada, cuan larga era, sobre sus pies desnudos. Él dormía con gran placidez.
En el hogar hacía un largo rato que el fuego se había extinguido y un clima gélido abarcaba todo el recinto.
– No pasó nada, me desvanecí y quedé tirada en el piso por unos instantes. ¿Nico está bien?... Prometeme que este será el último viaje hasta que yo me reponga.
– Sí, cariño, te lo prometo. Aunque con semejantes guardianes, no hace falta que yo esté presente – Dijo su esposo señalando a los gatos que lo miraban ronroneando y sin levantarse de su tibia e improvisada cuna.
ANY CARMONA
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