Esta historia que les cuento aquí es la gran historia del barrio de Devoto, una historia de amor exagerada.
Empezó como empiezan las historias, de buenas a primeras y en la mitad de la vida. Un día cualquiera (porque esos son los mejores días). En una escuela de la calle Bahía Blanca donde iba todos los días de ocho a doce y treinta, Pedro Gutiérrez, el más despierto. Y empezó en un día martes, en la tercera hora, en el preciso momento en que Pedro vio entrar al aula de 8º año a Andrea Miller, la nueva.
La vio entrar con su pollera enrollada en la cintura, para hacerla más corta y sus colitas a los costados que le bailaban como colas de perro, mientras masticaba un chicle. Su perfume, un perfume embriagador...quedaba flotando en el aire, a su paso.
Ella se sentó en el primer banco, muy cerca del maestro que estaba en su escritorio y no podía dejar de mirarle las piernas.
Pedro lo supo inmediatamente, sus ojos se clavaron en la escena, esa escena de amor que se había gestado.
- ¡Andrea, siéntese bien! Alumna, deje de mascar chicle, en el aula no se puede. ¡Señorita, compórtese!
Y las palabras no le salían, el rubor de sus mejillas y el temblor de sus manos eran evidentes.
Andrea seguía moviendo su cabeza de un lado a otro, pestañando y sonriendo con su cara deliciosa cerca del maestro.
A partir de ahí todo fue vertiginoso. Surgió el más grande amor que se comentara en el barrio de Devoto. Y la noticia llegó a salir hasta en los diarios:
“Maestro enamorado es hecho prisionero. Los padres de su alumna lo acusan de perversión de menores.” Decían los titulares.
Hoy Andrea, con dieciocho años espera pacientemente junto a su amigo Pedro, que el maestro salga en libertad.
ANY CARMONA
* Del libro Luz de soledad
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