El libro es nuestro amigo

El libro es nuestro amigo
El libro es nuestro amigo. Cuando un niño o un adolescente leen tiene la posibilidad de asomarse a mundos inusitados

El valor de las letras

Cuando un niño o un adolescente lee, vuela con su imaginación al infinito. Las letras nos hacen cabalgar sobre mundos extraordinarios, ser princesas entre castillos de ensueño, héroes salvadores de la humanidad o alegres saltamontes rodeados de mariposas y ráfagas de brisas primaverales. Podemos elevarnos con la quilla de algún barco pirata, saltar de una nave hacia el espacio sideral o cruzar la puerta de la realidad hacia sitios fantásticos. La literatura es magia para nuestra primera infancia tanto como aventura en la adolescencia o pasión en la juventud. Los cuentos, poemas y relatos son las alas del alma.

¡Como Alicia en el País de las Maravillas...pasemos juntos del otro lado!


Any Carmona

domingo, 26 de septiembre de 2010

BLANCA, NIEVE Y SUS AMIGOS por Any Carmona - (Desde 6 años)

Capítulo VIII: El regreso a la vida familiar

En la casa de Blanca pasaban las horas y no había noticias del gato Jerónimo. La niña estaba parada al lado del reloj de la sala. Veía ir y venir el péndulo y su corazón quería salirse de su pecho. Tanta era su preocupación. “Tic-tac, Tic-tac”, seguía el reloj al paso del tiempo.
- No puedo más…No puedo seguir aquí parada sin saber qué pasó con los gatitos …¿Vamos al zoológico a buscarlos, Mami? - preguntó Blanca a su mamá.
- Sí querida, al fin te has decidido…¡vamos a buscar a Jerónimo y a Leoni! –contestó su mamá Cecilia - ¡Súbete a la camioneta! – le ordenó a su hijita.
Inmediatamente Cecilia tomó las llaves y la mano de Blanca y se subió junto con ella a su vehículo. Aceleró con fuerza y salió a toda velocidad en búsqueda de sus mascotas. Pronto llegaron al zoológico y pudieron hablar con el Doctor quien les contó lo sucedido.


- Acá están, menos mal que no les pasó nada…¡mira cómo duermen! –dijo Cecilia mientras se asomaba despacito a ver a los gatos.
- Hola mis michis, al fin los encontramos – dijo Blanca muy emocionada. Acariciaba a Leoni y lo miraba cuidadosamente para comprobar que no estuviera lastimado.
- El está perfectamente bien, no se preocupen – dijo el Doctor – Ya pueden llevarlos a casa.
Regresaron muy contentas de vuelta al campo. Rieron y comentaron las aventuras de Leoni.
- Miau, miaaaaaaau – dijo Jerónimo.
- ¡Michi micifuz! – le contestó Blanquita acariciando su pancita – Estás bien, querido amigo y tu gatito Leoni también.
Pronto llegaron a casa donde Nieve y Joel los estaban esperando en la puerta de entrada.
Nieve se había acicalado con un pañuelo rojo al cuello y Joel montaba guardia para divisar muy bien cuando llegara la camioneta gris de la familia.

- ¡Al fin, al fin los tengo a todos de vuelta! – dijo Nieve en un maullido.
- Hola querida – dijo el gato Jerónimo.
- Hola mi amor…¡Eres mi héroe! –contestó Nieve.
- Hola chiquitín…¡Qué aventura más loca! – dijo Joel.
- Hola a todos…¡Qué hambre tengo! – Gritó Leoni mientras lamía a su madre, a su amigo el perro y a sus hermanitas.
- Vengan mis bebés, vengan a tomar la leche – dijo Nieve y puso a todos sus gatitos a tomar la teta. Y hasta el amiguito Gati fue invitado. ¡Qué rico! - Dijeron los gatitos mientras se prendían a mamar.
Todos se pusieron a observar la dulce escena que se había gestado: la blanca gata Nieve dando de mamar a los pequeños gatitos. ¡Qué ternura!... Y respiraron tranquilos porque, después de todo, no había pasado nada grave.

Cuando la familia se sentó a cenar esa noche. Tuvieron una charla muy instructiva sobre los animales que viven en los zoológicos.
- Al final no pudieron liberar a los animalitos del zoo que están presos y no pueden ser felices – dijo Blanca a sus padres.
- ¡Pero qué ocurrencia! ¿Cómo se les ocurrió pensar en algo así?...La forma de ayudarlos no es esa – dijo el padre de Blanca.
- ¿Y cómo se los puede ayudar? – preguntó la niña.
- Apoyando a los movimientos que defienden a los animales. Se llaman ONG, organizaciones ecologistas y naturalistas. Ellos luchan para que no se extingan o sea para que no muera su raza y para que puedan vivir felices en su hábitat, lejos del cautiverio de los zoológicos donde si bien se los cuida mucho, nunca están como en su propio medio.
- En la escuela nos hablaron de eso – dijo Blanca. – A partir de mañana le diré a la maestra que me enseñe más sobre el tema.
- Muy bien, querida. Ahora debes explicarles a tus gatitos cómo es la cosa. Diles que esto llevará mucho tiempo hasta que todos entendamos que los zoológicos no tienen razón de ser. El hombre debe construir más parques naturales para que los animales puedan vivir tan bien como en la selva y donde la gente pueda ir a visitarlos. ¿Comprendes hija?
- Sí, Papá, les explicaré para que nunca más se les ocurra armar un lío como el de hoy…¡Ja, ja! – rió Blanquita.
La cena se desarrolló con tranquilidad: El papá, la mamá y la hija charlaban en la mesa. La gata seguía alimentando a sus gatitos en un rincón de la galería. y el perro Joel dormía placidamente junto a Jerónimo, al calor del hogar.
La familia estaba nuevamente reunida… “¡Qué paz!” Pensó Blanquita.



(Continuará)

JUAN SALVADOR GAVIOTA por Richard Bach (Para niños y jóvenes desde 10 años)

Capitulo V:

De modo que esto es el cielo, pensó, y tuvo que sonreírse. No era muy respetuoso analizar el cielo justo en el momento en que uno está a punto de entrar en él.
Al venir de la Tierra por encima de las nubes y en formación cerrada con las dos resplandecientes gaviotas, vió que su propio cuerpo se hacía tan resplandeciente como el de ellas.
En verdad, allí estaba el mismo y joven Juan Gaviota, el que siempre había existido detrás de sus ojos dorados, pero la forma exterior había cambiado.


Su cuerpo sentía como gaviota, pero ya volaba mucho mejor que con el antiguo. ¡Vaya, pero si con la mitad del esfuerzo, pensó, obtengo el doble de velocidad, el doble de rendimiento que en mis mejores dias en la Tierra!
Brillaban sus plumas, ahora de un blanco resplandeciente, y sus alas eran lisas y perfectas como láminas de plata pulida. Empezó, gozoso, a familiarizarse con ellas, a imprimir potencia en estas nuevas alas.
A trescientos cincuenta kilómetros por hora le pareció que estaba logrando su máxima velocidad en vuelo horizontal. A cuatrocientos diez pensó que estaba volando al tope de su capacidad, y se sintió ligeramente desilusionado. Había un límite a lo que podía hacer con su nuevo cuerpo, y aunque iba mucho más rápido que en su antigua marca de vuelo horizontal, era sin embargo un límite que le costaría mucho esfuerzo mejorar. En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones.
De pronto se separaron las nubes y sus compañeros gritaron:
-Feliz aterrizaje, Juan -y desaparecieron sin dejar rastro.

Volaba encima de un mar, hacia un mellado litoral. Una que otra gaviota se afanaba en los remolinos entre los acantilados. Lejos, hacia el Norte, en el horizonte mismo, volaban unas cuantas mas. Nuevos horizontes, nuevos pensamientos, nuevas preguntas. ¿Por qué tan pocas gaviotas? ¡El paraíso debería estar lleno de gaviotas! ¿Y por qué estoy tan cansado de pronto? Era de suponer que las gaviotas en el cielo no deberían cansarse, ni dormir.
¿Dónde había oído eso? El recuerdo de su vida en la Tierra se le estaba haciendo borroso. La Tierra había sido un lugar donde había aprendido mucho, por supuesto, pero los detalles se le hacían ya nebulosos; recordaba algo de la lucha por la comida, y de haber sido un Exilado.
La docena de gaviotas que estaba cerca de la playa vino a saludarle sin que ni una dijera una palabra. Sólo sintió que se le daba la bienvenida y que esta era su casa. Había sido un gran día para él, un día cuyo amanecer ya no recordaba.
Giró para aterrizar en la playa, batiendo sus alas hasta pararse un instante en el aire, y luego descendió ligeramente sobre la arena. Las otras gaviotas aterrizaron tambien, pero ninguna movió ni una pluma. Volaron contra el viento, extendidas sus brillantes alas, y luego, sin que supiera él cómo, cambiaron la curvatura de sus plumas hasta detenerse en el mismo instante en que sus pies tocaron tierra. Había sido una hermosa muestra de control, pero Juan estaba ahora demasiado cansado para intentarlo. De pie, allí en la playa, sin que aún se hubiera pronunciado ni una sola palabra, se durmió.
Durante los proximos días vió Juan que había aquí tanto que aprender sobre el vuelo como en la vida que había dejado. Pero con una diferencia. Aqui había gaviotas que pensaban como él. Ya que para cada una de ellas lo más importante de sus vidas era alcanzar y palpar la perfección de lo que más amaban hacer: volar. Eran pájaros magníficos, todos ellos, y pasaban hora tras hora cada día ejercitándose en volar, ensayando aeronáutica avanzada.
Durante largo tiempo Juan se olvidó del mundo de donde había venido, ese lugar donde la Bandada vivía con los ojos bien cerrados al gozo de volar, empleando sus alas como medios para encontrar y luchar por la comida. Pero de cuando en cuando, sólo por un momento, lo recordaba.

Se acordó de ello una mañana cuando estaba con su instructor mientras descansaba en la playa después de una sesión de toneles con ala plegada.
-¿Dónde están los demás, Rafael? -preguntó en silencio, ya bien acostumbrado a la cómoda telepatía que estas gaviotas empleaban en lugar de graznidos y trinos-. ¿Por qué no hay más de nosotros aquí? De donde vengo había...
-... miles y miles de gaviotas. Lo sé. -Rafael movió su cabeza afirmativamente-. La única respuesta que puedo dar, Juan, es que tú eres una gaviota en un millón. La mayoría de nosotros progresamos com mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando en seguida de donde habíamos venido, sin preocuparnos hacia donde íbamos, viviendo solo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay mas en la vida que comer, luchar. o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido de éste. No aprendas nada, y el próximo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.
Extendió sus alas y volvió su cara al viento.
-Pero tú, Juan -dijo-, aprendiste tanto de una vez que no has tenido que pasar por mil vidas para llegar a esta.
En un momento estaban otra vez en el aire, practicando. Era difícil mantener la formación cuando giraban para volar en posición invertida, puesto que entonces Juan tenía que ordenar inversamente su pensamiento, cambiando la curvatura, y cambiándola en exacta armonía con la de su instructor.
-Intentemos de nuevo -decía Rafael una y otra vez-: Intentemos de nuevo. -Y por fin-: Bien. -Y entonces empezaron a practicar los rizos exteriores.

Una noche, las gaviotas que no estaban practicando vuelos nocturnos se quedaron de pie sobre la arena, pensando. Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien, se decía, iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.
-Chiang... -dijo, un poco nervioso.
La vieja gaviota le miró tiernamente.
-¿Si, hijo mío?
En lugar de perder la fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquier gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.
-Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?
El Mayor sonrió a la luz de la Luna.
-Veo que sigues aprendiendo, Juan -dijo.
-Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?
-No, Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. -Se quedó callado un momento-. Eres muy rápido para volar, ¿verdad?
-Me... me encanta la velocidad -dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.
-Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz. Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar alli.
Sin aviso, y en un abrir y cerrar de ojos, Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá. Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto al hombro de Juan.
-Es bastante divertido -dijo.

(Continuará)

EL PRINCIPITO por Antoine de Saint Exuperí - Capítulo X (Para niños y jóvenes desde 10 años)

Se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Para ocuparse en algo e instruirse al mismo tiempo decidió visitarlos.
El primero estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.
-¡Ah, -exclamó el rey al divisar al principito-, aquí tenemos un súbdito!
El principito se preguntó:
"¿Cómo es posible que me reconozca si nunca me ha visto?"
Ignoraba que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos. -Aproxímate para que te vea mejor -le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser por fin el rey de alguien. El principito buscó donde sentarse, pero el planeta estaba ocupado totalmente por el magnífico manto de armiño. Se quedó, pues, de pie, pero como estaba cansado, bostezó.
-La etiqueta no permite bostezar en presencia del rey -le dijo el monarca-. Te lo prohíbo.
-No he podido evitarlo -respondió el principito muy confuso-, he hecho un viaje muy largo y apenas he dormido...
-Entonces -le dijo el rey- te ordeno que bosteces. Hace años que no veo bostezar a nadie. Los bostezos son para mí algo curioso. ¡Vamos, bosteza otra vez, te lo ordeno!
-Me da vergüenza... ya no tengo ganas... -dijo el principito enrojeciendo.
-¡Hum, hum! -respondió el rey-. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto que bosteces y que no bosteces...
Tartamudeaba un poco y parecía vejado, pues el rey daba gran importancia a que su autoridad fuese respetada. Era un monarca absoluto, pero como era muy bueno, daba siempre órdenes razonables.
Si yo ordenara -decía frecuentemente-, si yo ordenara a un general que se transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del general, sino mía".
-¿Puedo sentarme? -preguntó tímidamente el principito.
-Te ordeno sentarte -le respondió el rey-, recogiendo majestuosamente un faldón de su manto de armiño.
El principito estaba sorprendido. Aquel planeta era tan pequeño que no se explicaba sobre quién podría reinar aquel rey.
-Señor -le dijo-, perdóneme si le pregunto...
-Te ordeno que me preguntes -se apresuró a decir el rey.
-Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder?
-Sobre todo -contestó el rey con gran ingenuidad.
-¿Sobre todo?
El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
-¿Sobre todo eso? -volvió a preguntar el principito.
-Sobre todo eso. . . -respondió el rey.
No era sólo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.
-¿Y las estrellas le obedecen?
-¡Naturalmente! -le dijo el rey-. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
Un poder semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal naturaleza, hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a setenta y dos, a cien, o incluso a doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
-Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...
-Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?
-La culpa sería de usted -le dijo el principito con firmeza.
-Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar -continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
-¿Entonces mi puesta de sol? -recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.
-Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.
-¿Y cuándo será eso?
-¡Ejem, ejem! -le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario-, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.
El principito bostezó. Lamentaba su puesta de sol frustrada y además se estaba aburriendo ya un poco.
-Ya no tengo nada que hacer aquí -le dijo al rey-. Me voy.
-No partas -le respondió el rey que se sentía muy orgulloso de tener un súbdito-, no te vayas y te hago ministro.
-¿Ministro de qué?
-¡De... de justicia!
-¡Pero si aquí no hay nadie a quien juzgar!
-Eso no se sabe -le dijo el rey-. Nunca he recorrido todo mi reino. Estoy muy viejo y el caminar me cansa. Y como no hay sitio para una carroza...
-¡Oh! Pero yo ya he visto. . . -dijo el principito que se inclinó para echar una ojeada al otro lado del planeta-. Allá abajo no hay nadie tampoco. .
-Te juzgarás a ti mismo -le respondió el rey-. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.
-Yo puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte y no tengo necesidad de vivir aquí.
-¡Ejem, ejem! Creo -dijo el rey- que en alguna parte del planeta vive una rata vieja; yo la oigo por la noche. Tu podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para conservarla, ya que no hay más que una.
-A mí no me gusta condenar a muerte a nadie -dijo el principito-. Creo que me voy a marchar.
-No -dijo el rey.
Pero el principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo monarca, dijo:
-Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son favorables...
Como el rey no respondiera nada, el principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha.
-¡Te nombro mi embajador! -se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad.
"Las personas mayores son muy extrañas", se decía el principito para sí mismo durante el viaje.

(Continuará)

sábado, 25 de septiembre de 2010

BICHITOS VERANIEGOS

Cuando llega el verano
vienen miles de amiguitos.
Insectos de todos colores
vuelan cerca de las flores.

Abejas que asaltan los prados
buscando polen perfumado.
Luciérnagas encendidas
de luces blancas y amarillas.

Cuando llega el verano
se oye cantar las chicharras,
en las noches de calor
recitan sin sus guitarras.

Anaranjadas mariposas
blancas, verdes, muy hermosas.
Largas libélulas sensuales
paseando en sus azules trajes.

El verano es una sinfonía
es fiesta y es armonía.
De sonidos matizados
y coloridos regalos.

Las arañas hacen telas
muy finitas y coquetas.
Las moscas vestidas de hadas
siempre quedan atrapadas.

Los mosquitos son picones
y no dejan de molestar.
Es por eso que en la paleta
tienen que terminar.

Y que decir de las hormigas
que merodean en las migas.
Son ejemplo de trabajo
como dos pisos abajo.

Que traiga el verano candente
a sus visitantes alegres.
Son los bichitos veraniegos.
¿Los vamos a coleccionar?


ANY CARMONA

EL BALLENATO CONFUNDIDO


Se perdió el bebé-ballena
en el fondo del mar
a su mamá no encontraba
y se puso a llorar.

Dio vueltas y vueltas
por todo el océano,
preguntando a los delfines
a los atunes y vieiras:

¿Dónde está mi madre,
dónde que no la veo?
Cuando a un submarino
encontró en su camino.

El ballenato confundido
creyó ver una ballena.
Y con sonrisas y besitos
dejó de lado sus penas.

¡Mamá, mamita querida!
Gritó el pequeñuelo.
Y junto a la gran nave
se fue nadando contento.


ANY CARMONA

jueves, 23 de septiembre de 2010

ANTE LA LEY Parábola de Franz Kafka (Para jóvenes desde 12 años)


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
-¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.
-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

FRANZ KAFKA

EL CARACOL Y EL ROSAL por Hans Christian Andersen (Desde 8 años)

Alrededor del jardín había un seto de avellanos, y al otro lado del seto se extendían los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en el centro del jardín crecía un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo vivía un caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazón, pues se llevaba a sí mismo.
-¡Paciencia! -decía el caracol-. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
-Esperamos mucho de ti -dijo el rosal-. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
-Me tomo mi tiempo -dijo el caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.
Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
-Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.
-Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?
-No -contestó el caracol-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.
-Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol.
-Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.
-No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
-¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
-¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.


¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.

HANS CHRISTIAN ANDERSEN

lunes, 20 de septiembre de 2010

LETRAS PARA NIÑOS GRANDES


Si vas a la biblioteca
hallarás miles de libros.
Son universos nuevos
esperando, con paciencia,
irrumpir
en tu conciencia.

Libros de magníficos cuentos
para ser disfrutados
a cada momento.
Letras azules, verdes o doradas
que allí dejaron
escritas las hadas.

Cada vez que tu espíritu
te incite a volar,
saber o soñar
busca el más pesado y grande
para llegar a ser
gigante.
Busca el más antiguo.
Hojéalo, analízalo
y hazte su amigo
De esos mamotretos,
busca el más sabio.
Sumérgete en sus autores,
enciendan ellos
tus labios.

Letras impresas en gótica
pero no estrambóticas.
En papel de arroz
o en papel de biblia.
Sabiduría antigua,
Matemática moderna,
Nueva Geografía
o Historia universal.
Novela,
poesía,
relatos fantásticos
y sigue la lista
de nunca acabar.

Y si el ordenador
responde tus dudas,
nunca te intimides.
Imprime y estudia.
Con literatura
cobrarás altura.
Lee, lee y lee,
no te canses de leer.
¡Letras para el alma.
letras para crecer!


ANY CARMONA

BLANCA, NIEVE Y SUS AMIGOS por Any Carmona - (Desde 6 años)

CapítuloVII: Aventuras para crecer

Otro día, el que resolvió salir a ver el mundo fue Leoni, el gatito atigrado, único varón entre los hermanos. Fue a charlar con Joel, el perro orejudo y consejero que era su amigo más fiel.
- Dime Joe, ¿cómo es el mundo allá afuera?
- El mundo es muy interesante. Los animales como nosotros no son libres sino que están entre rejas. En un lugar que se llama zoológico. Allí los llevan los hombres para diversión y deleite de los niños – contestó el perro.
- ¡Uy!...¿Pero no se escapan?
- No pueden, están prisioneros. Por eso tú debes estar muy contento acá, con nuestros amos que nos cuidan, nos dan de comer y no nos impiden salir cuando queremos. Somos libres.
- ¡Soy libre de salir cuando quiera!...Eso es lo que quería saber – dijo Leoni muy contento.

Esa noche decidió salir a buscar aventuras. Se juntó con un gato vagabundo amigo llamado Gati, quien se interesó en ir a ver a los pobres animalitos del zoo, con la idea de ayudarlos a escapar.
- Vamos, ya se hizo de noche y nadie nos verá – le dijo Leoni a Gati.
- Vamos, sin hacer ruido… Vamos caminando hasta la estación de servicio. Será allí donde podremos subirnos a algún auto para llegar a la ciudad – dijo Gati.
- ¡Qué buena idea…sí…vamos! - Y partieron por el sendero hacia la salida de la casa con rumbo a la ruta.

Por suerte (¿o mala suerte?) pudieron subirse a la caja de una camioneta que iba hacia la ciudad donde procurarían bajar cuando pasaran por la puerta del zoológico que, según habían oído, quedaba justo en las afueras.
- ¡Abajo, salta! - Ordenó Leoni a Gati cuando vio el cartel que decía ZOOLOGICO.
- ¡Sí, vamos que ya llegamos!- contestó saltando, su amigo. Leoni lo siguió.
Entraron en ese lugar y pudieron ver con tristeza que los animalitos estaban detrás de rejas. Pasaron por la jaula de los monos que los saludaron muy contentos. Tenían un espacio muuuuuy grande con hamacas, troncos y juguetes para entretenerse.
- No se los ve muy mal ¿verdad? – dijo Gati.
- Es verdad, parecen contentos. ¿Entramos a charlar con ellos? – propuso Leoni.
- Sí, entremos.
Los monos los hicieron sentar en una silla, les dieron agua para tomar y les contaron cómo es la vida en el zoo. Luego los animaron a seguir recorriéndolo.
- Buenas noches, mi nombre es Coqueta, soy mona y muy linda. Tanto que me gusta ponerme moños en la cabeza, usar guantes y collares y colgármelos del cuello – dijo una mona que era una verdadera monada.
- Hola, nosotros somos Leoni y Gati. Venimos a rescatar de su prisión a los animales acá guardados.
- ¿Y por qué suponen que queremos irnos? – dijo la mona Coqueta.
- Porque nadie quiere vivir sin libertad – contestó uno de los gatitos.
- Estás equivocado. Nos tratan muy bien y tenemos mucho espacio para jugar.
- Pues vamos a preguntarles a los tigres, nuestros hermanos mayores – contestó muy empecinado Leoni.
- Vayan y verán cómo les va con ellos…Pero cuidado que son muy peligrosos…no se acerquen mucho.
Los tercos gatitos querían dejar en libertad a los tigres y a los leones para que pudieran volver a la selva. No se imaginaban el peligro que podían correr. Fue así que llegaron a la jaula de los tigres de Bengala, los más temidos del zoo.
- Hola, hermanito ¿cómo estás?...venimos a abrirles la puerta para que regresen a su hogar – dijo Leoni acercándose al tigre mayor.
- Pero este es nuestro hogar, nacimos acá…¿Y tú quien eres enano?
- ¿Yo…nosotros?...somos unos gatos, tus primos-hermanos – contestó Leoni temblando.
- Ven acércate más que quiero verte mejor…Ven…ven – dijo el tigre con voz engañosa.

Mientras tanto, en la casa, ya se habían percatado de la ausencia de Leoni. Y fue su papá Jerónimo quien decidió salir en su recate. Los gatos vagabundos del callejón ya le habían contado sobre la idea que tenían los traviesos muchachos para liberar a los animales del zoológico. Por eso, en esa dirección se fue el esposo de Nieve.
- ¡Encuéntralos y tráelos sanos y salvos! – dijo la gata-madre.
- No te preocupes que son pequeños pero inteligentes y las aventuras solo les ayudarán a crecer ...pero no temas, los traeré pronto.
Jerónimo quería ser el héroe de Nieve y se fue a cumplir con su misión. Llegó al zoológico muy entrada la noche. Muy sigiloso, se asomó entre unos arbustos cercanos, a la jaula de los tigres. Pudo ver con gran asombro que su hijito Leoni se encontraba tirado y herido en un rincón de la misma. Estaba inconciente y cerca de él un tigre se afanaba en hacerlo revivir.

- No se qué pasó, yo solo le dí una caricia para darle la bienvenida y él cayó desmayado – dijo el tigre.
- Pero una caricia tuya es como un zarpazo para nosotros y más aún para un gatito pequeño como Leoni…¡Tigre bruto, tigre torpe! – gritó Jerónimo retando con dureza al tigre que pronto se largó a llorar.
- ¡Perdóname, perdóname, no quería hacerle daño!...¡buaaaa!...Lo llevaremos a la veterinaria del zoo. Vamos, súbanse a mi lomo que yo los alcanzaré.
Jerónimo levantó a su hijito inconciente y se subió con él sobre la espalda del tigre de Bengala quien de un salto ya estaba afuera de la reja y de otro salto llegó a la puerta de la enfermería.
- Los dejo acá, no quiero que el doctor vea que salí de mi casa – dijo el tigre.
- Muy bien, vete, me arreglaré solo…nos vemos – contestó el gato que ya había perdonado al tigre, luego de verlo llorar.
El buen doctor curó a Leoni de su herida en el hocico y lo depositó en una camilla muy cómoda a esperar que se despertara.

- Tú quédate con él. Tu hijo se desmayó del susto, no tiene nada pues el zarpazo fue muy débil. Solo está dormido. Acomódate junto a él y espera que se despierte - dijo el veterinario a Jerónimo que también estaba cansado por todo lo que había tenido que pasar ese día. Se acostó y se durmió junto a Leoni.
“Qué gatito aventurero…no gano para sustos” pensó antes de entrar en un reparador sueño.



(Continuará)

domingo, 19 de septiembre de 2010

Video LLUVIA DE ROSAS (Para jovencitas románticas)

http://www.youtube.com/watch?v=9Scj9GTtwaE

LLUVIA DE ROSAS*


Me asomo al balcón y allí están:
Multitud de rosas rosadas,
amarillas y liláseas,
en guirnaldas de ramilletes,
cayendo por mi ventanal abierto.

Llueven hortensias azuladas
y margaritas blancas del cielo.
Son capullos de primavera
que les dan calma a mis sueños,
mientras su aroma salvaje
aprisiono en esencias del huerto.

¿Dónde están las amapolas
y los lirios del lejano campo?
¿Dónde las mariposas lunares
susurrando sus aleteos?
¿Y las lavandas envueltas
en rocíos de azahares añejos?

Todas vinieron a mí
para llenar una cesta
que cubierta de tules y moños
encerró escondidos, los besos.

Secretos de amor futuro,
regalos de cosechas plenas,
perfumes de íntimos deseos.
Me asomo al balcón y allí están:
¡Las flores del Universo!


ANY CARMONA
*Del libro Treinta poemas de amor
y desamor y un autorretrato

LETRAS por Any Carmona


En la biblioteca de la escuela
hay miles de libros.
Son saberes nuevos
para tu cabeza.

Libros de cuentos
en todo momento.
Letras doradas
que dejan las hadas.

Cada vez que quieras
volar, saber o soñar
busca el más grande
para ser gigante.

Busca el más antiguo
y hazte su amigo
Busca el más sabio
y enciende tus labios.

Letras en imprenta
para que las entiendas.
En papel muy blanco
y en negro sus trazos.

Y si el internet
resuelve tus dudas,
nunca te intimides.
Imprime y estudia.

Con literatura
ganarás altura.
Lee, lee y lee
no te canses de leer.

¡Letras para el alma.
Letras para crecer!


ANY CARMONA

EN UN TROZO DE PAPEL por Antonio García Tejeiro


















En un trozo de papel
con un simple lapicero
yo tracé una escalerita,
tachonada de luceros.

Hermosas estrellas de oro.
De plata no había ninguna.
Yo quería una escalera
para subir a la Luna.

Par a subir a la Luna
y secarle sus ojitos,
no me valen los luceros,
como humildes peldañitos.

¿Será porque son dorados
en un cielo azul añil?
Sólo sé que no me sirven
para llegar hasta allí.

Estrellitas y luceros,
pintados con mucho amor,
¡quiero subir a la Luna
y llenarla de color!.


ANTONIO GARCÍA TEJEIRO

LLUEVE SOBRE EL CAMPO VERDE por Juan Ramón Jiménez


Llueve sobre el campo verde...
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más verde, más oloroso,
más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragante.

Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas,
de sedas y de cristales...

¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoñales.

 
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

EL DENTISTA EN LA SELVA por Gloria Fuertes



















Por la mañana
El dentista de la selva
Trabajó intensamente
Con un feroche cliente.

Era el rey de la jungla,
Era un león imponente,
Con colmillos careados
Y que le faltaba un diente.

Por la tarde
Y dijo el doctor dentista
A su enfermera reciente:
-pon el cartel en la choza,
no recibo más pacientes,
ha venido un cocodrilo
que tiene más de cien dientes.


GLORIA FUERTES

sábado, 18 de septiembre de 2010

TORTITA DE MANTECA por Any Carmona


Tortita de manteca
mamá me da la teta.
Tortita de cebada
papá no me da nada.

Tortita de limón
mamá tiene pasión.
Tortita de azúcar
papá hace su ruta.

Juguemos en la cuna
hagamos morisquetas
somos una familia
de amor y alegría

Qué linda manito
que tengo yo
chiquita y bonita
que Dios me dio.

Qué lindo piecito
que lindo chupete
que lindo bebito
que tengo yo.

Tortitas y besos
para mi tesoro
caricias, palabras
desde mi corazón.


ANY CARMONA

viernes, 17 de septiembre de 2010

JUAN SALVADOR GAVIOTA por Richard Bach (Para niños y jóvenes desde 10 años)

Capítulo IV
Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver. Aprendía más cada día.
Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir. Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. Con el mismo control interior, voló a traves de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores... mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.
Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para si mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.
Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando, pacífico y solitario en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron juto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno. Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.
Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron tambien la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.
Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable.
Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.
Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir:
-Muy bien. ¿Quiénes sois?
-Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas-. Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.
-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.
-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.
Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón. El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa.
Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.
-Estoy listo -dijo al fin.
Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.




(Continuará)

EL PRINCIPITO por Antoine de Saint Exuperí - Capítulo IX (Para niños y jóvenes desde 10 años)

Creo que el principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la partida, puso en orden el planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad, de los cuales poseía dos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno todas las mañanas. Tenía, además, un volcán extinguido. Deshollinó también el volcán extinguido, pues, como él decía, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Si los volcanes están bien deshollinados, arden sus erupciones, lenta y regularmente. Las erupciones volcánicas son como el fuego de nuestras chimeneas. Es evidente que en nuestra Tierra no hay posibilidad de deshollinar los volcanes; los hombres somos demasiado pequeños. Por eso nos dan tantos disgustos.
El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.
-Adiós -le dijo a la flor. Esta no respondió.
-Adiós -repitió el principito.
La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.
-He sido una tonta -le dijo al fin la flor-. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
Sí, yo te quiero -le dijo la flor-, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz. . . Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo quiero.
-Pero el viento...
-No estoy tan resfriada como para... El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
-Y los animales...
-Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.
Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:
-Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.
La flor no quería que la viese llorar : era tan orgullosa...

martes, 14 de septiembre de 2010

BLANCA, NIEVE Y SUS AMIGOS por Any Carmona - (Desde 6 años)

Capítulo VI: Festejos para los héroes


En la casa, Blanca lloraba mucho. Estaba preocupada por la pérdida de su gatita Pelusa. Su mamá Cecilia la consolaba y le daba ánimos porque ella sabía que los gatos la encontrarían.
- ¡Mamá, Mamita!…estoy muy triste – decía mientras se secaba las lágrimas con un pañuelito bordado - ¡La gatita Pelusita está perdida desde ayer y yo no puedo hacer nada!...¡Snif…snif! – seguía llorando.
- Ya verás que pronto la traerán de regreso. Calma, Blanquita, no desesperes – la consolaba su mamá.
- Pero estuvo toda la noche afuera, tengo miedo que un animal peligroso la haya lastimado…

Y así pasaron las horas Blanca y su mamá, esperando todo ese día. Casi al atardecer, muy grande fue su sorpresa, al ver venir caminando a toda la pandilla de gatos, liderados por el gran gato Negro. Nieve y Jerónimo traían a Pelusa en andas luego de haberla hallado.
Todos festejaron la llegada. Los patitos hicieron un desfile en el estanque, las palomas le trajeron a Pelusa un trozo de panal lleno de miel desde la casa del palomar y el perro Joel, saltó de alegría ladrando a más no poder. Él y los gatitos Mota y Leoni, habían preparado un gran ramo de flores. Regalo que acompañaron de un plato de leche tibia que habían pedido a la dueña de casa. Pelusa estaba muy emocionada. Prometió no volver a ser tan traviesa y todo quedó olvidado en pocos minutos.

Ahora que estaban todos en casa, Blanca, Nieve y sus amigos se propusieron hacer una fiesta. Invitaron a todo el vecindario y hasta al apicultor y su esposa. Todos asistieron. Fueron llegando desde los lugares más remotos de la región, caballos de alquiler, perros vagabundos, gallinas de varios gallineros y, por supuesto, toda la pandilla de gatos cantores más la barra de amigos de siempre. Armaron una reunión memorable bailando y cantando hasta el amanecer, al son de la música que sonaba desde el viejo Wincofón.

Cuando Nieve y Jerónimo se acostaron, no podían conciliar el sueño. Charlaron hasta que se hizo de día, comentando los últimos sucesos.
- Nunca pensé que Pelusa fuera tan osada, que se aventuraría hasta llegar al arroyo – dijo Jerónimo.
- Yo siempre supe que el ruido del agua le llamaba la atención y cuando el gato Negro me hizo pensar, ahí lo deduje – contestó Nieve.
- ¿Dedujiste qué?
- Que se había ido por el norte y hacia allá fuimos hasta que la encontré – dijo la gata.
- ¡Pero si fui yo quien la encontré!- dijo su esposo.
- ¡Pero no!... fui yo con el gato Negro – corrigió Nieve.


- ¡Nada que ver…!
Y siguieron discutiendo hasta que salió el sol más nunca quedó muy claro quién o quienes eran los héroes de aquellas jornadas.


(Continuará)

HAYKUS URBANOS*

ZONA URBANA
LA PLAZA ES EL AFUERA
OASIS MÍO








SERES SIN HOGAR
LOS COBIJA LA CALLE
RINCÓN DE LLUVIA



LOS TRES COLORES
QUE JUEGAN CON LOS AUTOS
MUEREN DE RISA


NEGROS CABLEADOS
ENHEBRAN EDIFICIOS
Y AHOGAN SUEÑOS


ES ROMÁNTICO
EL TREN INTERURBANO
GUARDA SU HISTORIA

MUSICA INFANTIL
Y COLORES QUE GIRAN,
LA CALECITA.

                                                             
 
ANY CARMONA
* Del libro Jardín de Haykus y Senryus

domingo, 12 de septiembre de 2010

MENSAJES EN EL CIELO* (Para jóvenes desde 13 años)
















Qué pasa con las golondrinas que llegan tarde al colegio?
Es verdad que reparten cartas transparentes, por todo el cielo?
Pablo Neruda**


Miró el reloj pulsera y vio que ya se habían hecho las siete y cuarto. Hora de entrada al colegio. Miró el celular y divisó su mensajito en la pantalla “el patio está vacío…la escuela está deshabitada…yo estoy muerta” Era Malena que otra vez le enviaba aquellos mensajes lapidarios. Él también se sentía muerto.
Miró por la ventanilla del avión y pudo divisar las luces de la ciudad que sería su próximo hogar: Bariloche. Las montañas, el lago, el frío de un amanecer violeta y ocre. De luces cuadradas ¿o eran ovaladas?, detrás de las claraboyas. “Male, Male, corazón mío, cómo te extraño y hace apenas dos horas que nos despedimos…” Seguía pensando Mariano mientras palpaba su estómago vacío de todo líquido o sólido. Y de toda cosa que significara un consuelo.
El Instituto Balseiro fue un reto que se había auto-infringido y ahora que se cristalizaba el sueño, que ya era un becario entre sus muros, no lo quería. No quería ingresar. No soportaría vivir lejos de Malena.
Ella, con su uniforme verde de colegiala, con su corbata mal atada en el cuello y su peinado improvisado luego de las últimas horas con su amor, apenas se sostenía en la fila de entrada a clase. “También te extraño con locura” decía el celular que escondió estratégicamente en la mochila. “Nena tomate el avión y venite conmigo” decío otro. “ke vamos a hacer? le contestó Malena. “No se me duele todo” siguió contestando Mariano desde Bariloche. Y así toda la mañana…mensajes en el cielo. Los pájaros no trinaron sobre los árboles del campus. El sur estaba lejos y las golondrinas no llegaron ese día.


ANY CARMONA
*Del libro Neruda y yo
**Del Libro de las Preguntas de Pablo Neruda